Anecdota septentrionalis (I)

Anecdota septentrionalis (I)
Anecdota septentrionalis (I)NameAnecdota septentrionalis (I)
Type (Ingame)Objeto de misión
FamilyBook, Anecdota septentrionalis
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DescriptionUn antiguo pergamino remuriano que encontraste casualmente en unas ruinas. No se puede verificar la veracidad de su contenido.

Item Story

A lo largo de la historia, a los honorables poetas, dramaturgos e historiadores siempre les ha gustado escribir sobre ridiculeces y barbaridades para luego calificarlas de sucesos reales. Suelen disfrazar sus grandes mentiras con retórica y bellas palabras, diciendo cosas como “lo he visto con mis propios ojos” o “cada palabra que he escrito es cierta”, sin miedo a que las generaciones futuras se rían de ellos. Por ejemplo, Janto, hijo de Talasio, escribió sobre sus experiencias con las tribus bárbaras del norte. Explicó que habían construido prósperas polis de cristal y platino entre las montañas, y que llamaban a su rey “caballero”. También dijo que tenían 72 legiones, cada una de ellas formada por 66{NON_BREAK_SPACE}600 hombres, y que todos ellos portaban armas forjadas con el agua más pura, las cuales brillaban más que los cristales de Máximo. La realidad es que Janto no salió del Capitolio en toda su vida, y probablemente ni siquiera había visto una anguila, ¡ni mucho menos una tribu de bárbaros! Aun así, su historia me resultó tan interesante que, tal vez por vanidad, me sentí animado a escribir algo para la posteridad. Sin embargo, no tengo ninguna experiencia digna de mención, ni soy como esas honorables personas que se atreven a calificar de “verídico” algo inventado. Así que voy a ser sincero y admitir que lo que aquí escriba será pura y absoluta ficción. Supongo que, al haberlo declarado así, nadie podrá llamarme mentiroso. En cualquier caso, nunca he vivido ni he oído hablar de las cosas que voy a escribir. Solo son puras tonterías que me he inventado de la nada, y no son más ciertas que esas historias sobre los Caballeros Aguapura. Así que, estimado lector, no se las crea.

Mi historia es la siguiente: zarpamos y viajamos hacia el norte, a través de territorios bárbaros y a favor del viento. Nuestro propósito era simple: ver cómo era el fin del mar. Según Quintilio, el Supramar está bloqueado por unas cataratas infranqueables, lo cual obviamente es erróneo, pues incluso el honorable Juvenal hablaba del “lejano reino septentrional”. Sin embargo, cuanto más al norte navegábamos, menos tierra veíamos. Al principio se veían varios archipiélagos, pero más tarde solo quedaban algunos islotes. Tras seguir avanzando unos días más, ya no divisábamos ni siquiera islas pequeñas, sino solamente un vasto océano. Afortunadamente, habíamos traído suficiente agua y comida para no morir de hambre o sed.

Viajamos durante 79 días sin ver tierra alguna. Nuestra intención era volver a casa, pero al octogésimo día nos atacaron en pleno océano. Un grupo de bandidos a lomos de pájaros gigantes nos paró y nos exigió que les diéramos papas. Para hacerse una idea de lo enormes que eran esas aves, cada pluma de su cuerpo era tan gruesa como los pilares del mar. No teníamos absolutamente ninguna forma de defendernos, así que lo único que podíamos hacer era arrodillarnos para rezar a nuestro sebasto, esperando que nos protegiera y jurando que nunca más nos aventuraríamos en un viaje así ni escribiríamos más crónicas de viajes. En un abrir y cerrar de ojos, vimos a un grupo de guerreros montados a lomos de Focas Abotargadas emerger de las aguas e irrumpir en la escena. Cada una de las focas era del tamaño de 50 animales de carga y, ataviadas con armaduras hechas de cristales, escamas de dragón y repollos, destrozaron a aquellas aves gigantes hasta hacerlas gritar socorro, tras lo que huyeron sin dejar rastro.

Fue entonces cuando nos dimos cuenta de que esos caballeros tenían un aspecto muy diferente al nuestro, más parecido al de Dragartos que caminan erguidos. Su líder nos observó durante un momento con sus particulares ojos brillantes y, justo después, dijo en lenguaje “alado”: “Invitados, ¿son mercaderes de Serenum?”.

Sin saber qué era ese lugar, le dijimos la verdad tal cual: que éramos marineros de Remuria y que queríamos ver cómo era realmente el fin del mar.

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