La isla de las nubes negras

IconNameRarityFamily
La isla de las nubes negras
La isla de las nubes negras1
Rarstr
Non-Codex Series, La isla de las nubes negras
La isla de las nubes negras
La isla de las nubes negras1
Rarstr
La isla de las nubes negras, Non-Codex Series
items per Page
PrevNext

La isla de las nubes negras

La isla de las nubes negras
La isla de las nubes negrasNameLa isla de las nubes negras
Type (Ingame)Objeto de misión
FamilyNon-Codex Series, La isla de las nubes negras
RarityRaritystr
Description(test)小说手稿前

Autor: Sawada


Extracto (I)

...
...
Cuenta la leyenda que, en un día como hoy aproximadamente a las tres de la tarde, un muchacho llegó a Tatarasuna. A lo lejos, divisó a unos trabajadores que se dirigían hacia la fragua, siguiendo uno tras otro el camino de la montaña. Arrastraban las suelas de sus zapatos sobre la superficie de aquellas imponentes montañas, y con su caminar emitían un sonido que enternecía el corazón de todo aquel que lo escuchase. Era como si su paso por aquel lugar no tuviera más fin que el de rescatar de entre las llamas esas gemas y diamantes de valor incalculable. Solo quien hubiera contemplado la escena en aquel momento y en aquel lugar sería capaz de comprender esa emoción.
Entonces, el muchacho saludó a los trabajadores con euforia, corrió hacia ellos llevado por la exaltación y se unió al equipo sin dudar ni un momento. Un hombre fornido que era una cabeza más alto que los demás se aproximó a él para darle una palmadita en la espalda y dijo con deferencia: “¡Miren quién está aquí! ¡Pero si es Miyazaki, de la Ciudad de Inazuma! Tiene mérito haber recorrido todo ese camino para ir y volver desde un lugar tan lejano”.
Miyazaki esbozó una sonrisa que revelaba su juventud e inexperiencia, pero se mantuvo sereno todo el tiempo. “El señor Katsuragi así lo dijo, la Ciudad de Inazuma es el territorio de la Shogun, y ese es el lugar del que vengo. Tomé el barco más veloz y surqué la ruta marítima más rápida, ¿acaso hay algún peligro al que no pueda hacer frente?”.
“¿Y viniste con buenas noticias?”.
“Por supuesto”, tras pronunciar esta última frase, ambos estallaron en carcajadas con complicidad, a la misma vez, mientras avanzaban apretujados entre el resto de los trabajadores hacia el final del camino.

Había un hombre que vestía una austera túnica y llevaba un pañuelo atado a la cabeza. Permanecía admirando el fulgor de las llamas del horno de fundición.
El fuego de esa fragua no era equiparable a ningún otro. La intensidad de sus llamas y el efecto que surtía sobre el acero eran componentes clave para forjar espadas de tal calidad. El hombre que observaba el fuego también era alguien peculiar. Tomó un lagarto con los dedos y lo admiró con una sonrisa en el rostro.
Aquel lugar era gigantesco, el horno se hallaba en la zona más profunda y, aunque al parecer se necesitaban varias personas para hacerlo funcionar, aquel hombre se encontraba parado frente a él en soledad. Tan solo volteó su rostro cuando Katsuragi y Miyazaki interrumpieron su contemplación del fuego.
Ese hombre era el señor Niwa, el oficial de la armería y administrador de Tatarasuna. Nació en la familia Niwa, uno de los tres clanes fundadores de la técnica Isshin. Nunca había competido contra sus hermanos y siempre fue un sucesor legítimo. La prueba de esto se hallaba en el aprecio que nobles y otras figuras importantes mostraban hacia él.
Miyazaki tomó un informe que había envuelto con sumo cuidado en un brocado y lo colocó sobre las manos de Niwa, a quien le dijo con total sinceridad: “Así como dijo el señor Katsuragi, ese viejo pariente tuyo nunca estuvo de acuerdo con nuestro plan. Pero vale la pena darle una oportunidad al plan de Akame, así que busqué un proveedor y me dispuse a adquirir todo lo necesario de acuerdo a lo que vi en tu lista de suministros por comprar”.
Niwa apartó la vista del informe, asintiendo con la cabeza: “Bien lo apoyen los Kaedehara o no, debemos estar abiertos a nuevos métodos de forja”.
Katsuragi frunció el ceño y exclamó: “La forja de espadas es un arte complicado que requiere de una técnica cuidada. Estos veteranos ya son unos expertos, pero aun así desean continuar mejorando su destreza día tras día. ¡¿No te parece terrorífico?! Si Nagamasa estuviera aquí para escuchar esto, se le caería la cara de vergüenza”.
Niwa sonrió y dijo: “Señor Katsuragi, ¿cómo va la forja de la preciada espada del señor Nagamasa?”.
Katsuragi no pretendía mancillar el honor del líder de su clan, ni mentir a los amigos que tenía frente a sus ojos. Por eso, por más que pensase una buena respuesta, no lograba encontrar las palabras adecuadas con las que expresarse: “¿La destreza del señor Niwa le afectó al sentido del humor? Por eso no es capaz de entender bromas tan burdas como las nuestras”.
Miyazaki ocultó su sonrisa con la mano y Niwa colocó el lagarto en la palma de la mano de Katsuragi. Se disponía a hablar cuando de repente escuchó a lo lejos unos pasos que se aproximaban, resonando en el lugar con elegancia. Parecían ser los pasos de un joven. Al mirarlo con detenimiento a la luz del fuego, la forma de su cabeza llamaba la atención: era redonda y brillante, y recordaba a una especie de perla.
El joven colocó a un lado su recipiente de comida, y se alejó tratando de pasar desapercibido, con la cabeza agachada. Katsuragi, que permanecía observándolo, exclamó: “Eh, ¿no vas a comerte eso?”.
Al escucharle, el joven no sabía cómo reaccionar, por lo que hizo una breve pausa antes de responder: “... Está bien, tomaré un bocado”.
“Ambos comemos lo mismo, no hay por qué mostrar cortesía”, dijo Niwa. El joven volvió a asentir con la cabeza y se alejó como si algo le rondara por la mente.


Extracto (II)

...
...
El kabukimono se encontraba en la costa.
En ese momento, el sol se disponía a despedirse de otro día más, y no quedaba ni un vestigio de luz en el cielo. En su lugar, montones de nubes se desplegaban hacia el horizonte, advirtiendo la llegada de una tormenta inminente.
El mar se rindió ante la penumbra, la tempestad presionó a las nubes para que descendieran y obligaran a la marea a postrarse ante la tierra, como si el kabukimono también hubiera acudido a aquel lugar para ver al océano y arrodillarse ante él.
Nadie pasó por allí en aquel preciso momento. Tampoco nadie sabría qué es aquello que esperaba con tanta calma.
Después de cierto tiempo, el cielo se pobló de una congregación de nubes negras que formaron una espiral y rodearon al kabukimono, apresándolo como si de una pesadilla se tratase. Cuando aquello acababa de dar comienzo, él no percibió nada. No fue hasta que abrió sus ojos que logró comprender lo que estaba sucediendo: esas nubes le estaban persiguiendo a él.
Un bote pesquero se aproximó desde la lejanía, y la linterna que iluminaba desde proa vacilaba intermitente, luchando por no apagarse con las oscilaciones de la lluvia y el viento. Una capa de niebla comenzó a extenderse sobre el mar, provocando que el pesquero que dirigía el timón apenas pudiera avistar hacia dónde se dirigía. El pesquero no dejaba de gritar alarmado: “¡¿Cómo es posible que no logre ver nada en pleno atardecer?! ¡Que alguien me ayude!”.
Las oscuras nubes se apoderaron del casco del barco y desviaron su dirección. Entonces, lo controlaron y lo arrastraron hacia la orilla con la fiereza de un monstruo. A unos pasos del lugar del incidente, el kabukimono permanecía de pie con las manos colgantes y la cabeza inclinada, contemplando los restos del barco que quedó hecho añicos.
Del pescador que gritaba aterrorizado unos momentos atrás tan solo quedaba parte de su brazo, que provocó una salpicadura al caer junto a los pies del kabukimono. Este último se puso en cuclillas para admirar aquel objeto extraño desde más cerca... y de repente sintió deseos de pegarle un bocado.
Pero no lo hizo, pues aquellas nubes atezadas ya habían devorado todo lo que había quedado del barco sin dejar rastro. El kabukimono permaneció observándolo durante mucho, mucho tiempo, hasta que de pronto despertó de su ensimismamiento. Tras volver en sí, las nubes ya se habían disipado, como si nunca antes hubieran estado allí. Y lo que pasó con ese barco... debió de haberlo provocado la tormenta, ¿no es así? Aunque, en realidad, quién sabe... pues el kabukimono no lo vio con claridad.


Extracto (III)

...
...
Katsuragi entró apresurado por la puerta y exclamó: “¡Señor, hay un problema en la fragua! He buscado al señor Niwa por todas partes y no hay ni rastro de él. El señor Miyazaki también hace mucho que salió en busca de ayuda sin dejar ningún mensaje. Mire...”.
Mikoshi Nagamasa se giró con gentileza. La solemnidad de su rostro era tal que parecía que se disponía a participar en un funeral. Entonces, se dispuso a pronunciar las palabras más duras que probablemente dijo jamás: “Lamento ser yo quien te informe de esto, pero... Katsuragi y Miyazaki tal vez no regresen más”.
La mirada de Katsuragi se detuvo en los anchos y rígidos hombros de Nagamasa mientras este contemplaba el exterior desde la ventana. Las oscuras nubes se hacinaron sobre el mar, la tenebrosidad invadió el lugar y sumió a la gente en el terror. La oscuridad se convirtió en la única estación posible, como si una bestia abismal hubiera venido a devorar Tatarasuna para siempre.
Ya habían muerto diez personas. Por eso... Por eso...
De repente, el recuerdo golpeó a Katsuragi como una bofetada: ¡por eso salieron en busca de ayuda!
Miyazaki fue el primero en partir. Cuando se marchó, estas nubes acababan de aparecer. Marchó desde Tatarasuna hasta la Ciudad de Inazuma en busca de ayuda. No parecía una tarea especialmente complicada, pero Miyazaki no regresaba...
El segundo, el tercero y... el cuarto en marcharse fue el kabukimono. Zarpó en un barco con un tiempo tan tenebroso como este, y no se volvió a saber de él. Katsuragi lo acogió como si fuera su propio hijo y lo hizo sentir como en su propia casa, pero debido a la turbulenta situación de Tatarasuna, quizá tema ser ejecutado y haya marchado a otro lugar en busca de asilo.

Niwa desapareció y nadie sabe a dónde fue. Tras cierto tiempo, Nagamasa convocó un ejército de hombres para que realizaran un rastreo que iniciarían en la fragua y continuarían a través de la montaña. Sin embargo, no lograron ningún hallazgo. Hay quien piensa que a Niwa le sucedió algo lamentable... Otros piensan que se vio incapaz de asumir el castigo por un extraño incidente que aconteció en el pasado.
Levantó las sospechas de la gente y Nagamasa parecía descontento y furioso. A veces despertaba más temor mirarle a la cara que encontrarse con esas nubes tenebrosas.
De repente, una figura apareció y desapareció cual destello. Nagamasa advirtió una extraña presencia de inmediato, por lo que blandió su espada para rasgar la máscara del sospechoso. Este tembló por un instante, pero entonces, como si de una marioneta se tratase, se situó a las espaldas de Nagamasa entre perversas carcajadas y dijo: “¿Está buscando a alguien, señor?... ¿Será que está buscando a Niwa?”.
Nagamasa, furioso, exclamó: “¡¿Cómo te atreves a mencionar al señor Niwa?!”. Entonces, antes de que pudiera hacer cualquier movimiento, la figura se desvaneció en la niebla, y volvió a aparecerse a lo lejos, esta vez con la apariencia de un monstruoso fantasma.
“¿Fuiste tú quien mató a los míos?”. Nagamasa estalló en furia y se lanzó hacia él de inmediato. Entonces fue cuando se dio cuenta de que estaba a un paso de caer dentro del horno.


(El fragmento restante permanece incompleto... Sin embargo, a juzgar por el contenido, es evidente que se trata de un texto puramente ficticio. Parece que el autor dio rienda suelta a su imaginación cuando lo escribió. Quizás sea un fragmento extraído de una novela fantástica.)

La isla de las nubes negras

La isla de las nubes negras
La isla de las nubes negrasNameLa isla de las nubes negras
Type (Ingame)Objeto de misión
FamilyLa isla de las nubes negras, Non-Codex Series
RarityRaritystr
Description(test)小说手稿后

Autor: Sawada


Extracto (I)

...
...
Cuenta la leyenda que, en un día como hoy aproximadamente a las tres de la tarde, un muchacho llegó a Tatarasuna. A lo lejos, divisó a unos trabajadores que se dirigían hacia la fragua, siguiendo uno tras otro el camino de la montaña. Arrastraban las suelas de sus zapatos sobre la superficie de aquellas imponentes montañas, y con su caminar emitían un sonido que enternecía el corazón de todo aquel que lo escuchase. Era como si su paso por aquel lugar no tuviera más fin que el de rescatar de entre las llamas esas gemas y diamantes de valor incalculable. Solo quien hubiera contemplado la escena en aquel momento y en aquel lugar sería capaz de comprender esa emoción.
Entonces, el muchacho saludó a los trabajadores con euforia, corrió hacia ellos llevado por la exaltación y se unió al equipo sin dudar ni un momento. Un hombre fornido, que era una cabeza más alto que los demás se aproximó a él para darle una palmadita en la espalda y dijo con deferencia: “¡Miren quién está aquí! ¡Pero si es Miyazaki, de la Ciudad de Inazuma! Tiene mérito haber recorrido todo ese camino para ir y volver desde un lugar tan lejano”.
Miyazaki esbozó una sonrisa que revelaba su juventud e inexperiencia, pero se mantuvo sereno todo el tiempo. “El señor Katsuragi así lo dijo, la Ciudad de Inazuma es el territorio de la Shogun, y ese es el lugar del que vengo. Tomé el barco más veloz y surqué la ruta marítima más rápida, ¿acaso hay algún peligro al que no pueda hacer frente?”.
“¿Y viniste con buenas noticias?”.
“Por supuesto”, tras pronunciar esta última frase, ambos estallaron en carcajadas con complicidad, a la misma vez, mientras avanzaban apretujados entre el resto de los trabajadores hacia el final del camino.

Había un hombre que vestía una austera túnica y llevaba un pañuelo atado a la cabeza. Permanecía admirando el fulgor de las llamas del horno de fundición.
El fuego de esa fragua no era equiparable a ningún otro. La intensidad de sus llamas y el efecto que surtía sobre el acero eran componentes clave para forjar espadas de tal calidad. El hombre que observaba el fuego también era alguien peculiar. Tomó un lagarto con los dedos y lo admiró con una sonrisa en el rostro.
Aquel lugar era gigantesco, el horno se hallaba en la zona más profunda y, aunque al parecer se necesitaban varias personas para hacerlo funcionar, aquel hombre se encontraba parado frente a él en soledad. Tan solo volteó su rostro cuando Katsuragi y Miyazaki interrumpieron su contemplación del fuego.
Ese hombre era el señor Niwa, el oficial de la armería y administrador de Tatarasuna. Nació en la familia Niwa, uno de los tres clanes fundadores de la técnica Isshin. Nunca había competido contra sus hermanos y siempre fue un sucesor legítimo. La prueba de esto se hallaba en el aprecio que nobles y otras figuras importantes mostraban hacia él.
Miyazaki tomó un informe que había envuelto con sumo cuidado en un brocado y lo colocó sobre las manos de Niwa, a quien le dijo con total sinceridad: “Así como dijo el señor Katsuragi, ese viejo pariente tuyo nunca estuvo de acuerdo con nuestro plan. Pero vale la pena darle una oportunidad al plan de Akame, así que busqué un proveedor y me dispuse a adquirir todo lo necesario de acuerdo a lo que vi en tu lista de suministros por comprar”.
Niwa apartó la vista del informe, asintiendo con la cabeza: “Bien lo apoyen los Kaedehara o no, debemos estar abiertos a nuevos métodos de forja”.
Katsuragi frunció el ceño y exclamó: “La forja de espadas es un arte complicado que requiere de una técnica cuidada. Estos veteranos ya son unos expertos, pero aun así desean continuar mejorando su destreza día tras día. ¡¿No te parece terrorífico?! Si Nagamasa estuviera aquí para escuchar esto, se le caería la cara de vergüenza”.
Niwa sonrió y dijo: “Señor Katsuragi, ¿cómo va la forja de la preciada espada del señor Nagamasa?”.
Katsuragi no pretendía mancillar el honor del líder de su clan, ni mentir a los amigos que tenía frente a sus ojos. Por eso, por más que pensase una buena respuesta, no lograba encontrar las palabras adecuadas con las que expresarse: “¿La destreza del señor Niwa le afectó al sentido del humor? Por eso no es capaz de entender bromas tan burdas como las nuestras”.
Miyazaki ocultó su sonrisa y Niwa colocó el lagarto en la palma de la mano de Katsuragi. Se disponía a hablar cuando de repente escuchó a lo lejos unos pasos que se aproximaban, resonando en el lugar con elegancia. Parecían ser los pasos de un joven. Al mirarlo con detenimiento a la luz del fuego, la forma de su cabeza llamaba la atención: era redonda y brillante, y recordaba a una especie de perla.
Tras escucharle, sonrió y dijo: “Ya comí. No dejen que se enfríe la comida, que les aproveche”.
Niwa respondió con sinceridad: “Al fin y al cabo, es nuestro invitado. Además, nos ayudó a ocuparnos de esos asuntos tan engorrosos, la verdad es que me siento un tanto avergonzado”.
El joven rio con un aire amigable, parece que no le importaba haber ofrecido su ayuda. Volvió a inclinar la cabeza y se marchó.


Extracto (II)

...
...
Un mecánico extraño venido de tierras foráneas permanecía de pie a un lado de la costa.
En ese momento, el sol se disponía a despedirse de otro día más, y no quedaba ni un vestigio de luz en el cielo. En su lugar, montones de nubes se desplegaban hacia el horizonte, advirtiendo la llegada de una tormenta inminente.
El mar se rindió ante la penumbra, la tempestad presionó a las nubes para que descendieran y obligaran a la marea a postrarse ante la tierra. No obstante, aquel extraño se negó a dejarse dominar, y clavó su mirada sedienta de sangre en el horizonte.
Nadie pasó por allí en aquel preciso momento, nadie habría sido capaz de adivinar qué tramaba con tanta calma.
Después de cierto tiempo, el cielo se pobló de una congregación de nubes negras que formaron una espiral y rodearon al mecánico, apresándolo como si de una pesadilla se tratase. Pero aquel extraño se limitó a acariciarlas con ternura, como si estuviera acariciando una parte de sí mismo.
Un bote pesquero se aproximó desde la lejanía, y la linterna que iluminaba desde proa vacilaba intermitente, luchando por no apagarse con las oscilaciones de la lluvia y el viento. Una capa de niebla comenzó a extenderse sobre el mar, provocando que el pesquero que dirigía el timón apenas pudiera avistar hacia dónde se dirigía. El pesquero no dejaba de gritar alarmado: “¡¿Cómo es posible que no logre ver nada en pleno atardecer?! ¡Que alguien me ayude!”.
Las oscuras nubes se apoderaron del casco del barco y desviaron su dirección. Entonces, lo controlaron y lo arrastraron hacia la orilla con la fiereza de un monstruo. A unos pasos del lugar del incidente, el mecánico esbozó una sonrisa, y avanzó paulatinamente hacia los restos del barco que quedó hecho añicos.
Del pescador que gritaba aterrorizado unos momentos atrás tan solo quedaba parte de su brazo, que provocó una salpicadura al caer junto a los pies del mecánico. Este último se puso en cuclillas para admirar aquel objeto extraño desde más cerca... y de repente sintió deseos de pegarle un bocado.
Pero no lo hizo, pues aquellas nubes atezadas ya habían devorado los restos del barco sin dejar rastro.


Extracto (III)

...
...
Katsuragi entró apresurado por la puerta y exclamó: “¡Señor, hay un problema en la fragua! He buscado al señor Niwa por todas partes y no hay ni rastro de él. El señor Miyazaki también hace mucho que salió en busca de ayuda sin dejar ningún mensaje. Mire...”.
Mikoshi Nagamasa se giró con gentileza. La solemnidad de su rostro era tal que parecía que se disponía a participar en un funeral. Entonces, se dispuso a pronunciar las palabras más duras que probablemente dijo jamás: “Lamento ser yo quien te informe de esto, pero... Katsuragi y Miyazaki tal vez no regresen más”.
La mirada de Katsuragi se detuvo en los anchos y rígidos hombros de Nagamasa mientras este contemplaba el exterior desde la ventana. Las oscuras nubes se hacinaron sobre el mar, la tenebrosidad invadió el lugar y sumió a la gente en el terror. La oscuridad se convirtió en la única estación posible, como si una bestia abismal hubiera venido a devorar Tatarasuna para siempre.
Ya habían muerto diez personas. Por eso... Por eso...
De repente, el recuerdo golpeó a Katsuragi como una bofetada: ¡por eso salieron en busca de ayuda!
Miyazaki fue el primero en partir. Cuando se marchó, estas nubes acababan de aparecer. Marchó desde Tatarasuna hasta la Ciudad de Inazuma en busca de ayuda. No parecía una tarea especialmente complicada, pero Miyazaki no regresaba...
El segundo, el tercero, el cuarto... Todos ellos se marcharon en barco con un tiempo tan tenebroso como este, y no volvimos a saber de ellos. En teoría, no deberían haber puesto en peligro a nadie más, pero debido a la turbulenta situación en Tatarasuna, seguramente buscaron asilo en Inazuma, aunque eso costase más vidas.

Niwa desapareció y nadie sabe a dónde fue. Tras cierto tiempo, Nagamasa convocó un ejército de hombres para que realizaran un rastreo que iniciarían en la fragua y continuarían a través de la montaña. Sin embargo, no lograron ningún hallazgo. Hay quien piensa que a Niwa le sucedió algo lamentable... Otros piensan que se vio incapaz de asumir el castigo por un extraño incidente que aconteció en el pasado.
Levantó las sospechas de la gente y Nagamasa parecía descontento y furioso. A veces despertaba más temor mirarle a la cara que encontrarse con esas nubes tenebrosas.
De repente, una figura apareció y desapareció cual destello. Nagamasa advirtió una extraña presencia de inmediato, por lo que blandió su espada y permaneció alerta. La figura tembló por un instante, pero entonces, como si de un espíritu maligno se tratase, se situó a las espaldas de Nagamasa entre perversas carcajadas y dijo: “¿Está buscando a alguien, señor?... ¿Será que está buscando a Niwa?”.
Nagamasa, furioso, exclamó: “¡¿Cómo te atreves a mencionar al señor Niwa?!”. Entonces, antes de que pudiera hacer cualquier movimiento, la figura se desvaneció en la niebla, y volvió a aparecerse a lo lejos, esta vez con la apariencia de un monstruoso fantasma.
“¿Fuiste tú quien mató a los míos?”. Nagamasa estalló en furia y se lanzó hacia él de inmediato. Entonces fue cuando se dio cuenta de que estaba a un paso de caer dentro del horno.


(El fragmento restante permanece incompleto... Sin embargo, a juzgar por el contenido, es evidente que se trata de un texto puramente ficticio. Parece que el autor dio rienda suelta a su imaginación cuando lo escribió. Quizás sea un fragmento extraído de una novela fantástica.)

Leave a Reply

Your email address will not be published. Required fields are marked *

TopButton