Los dos mosqueteros (III)

Los dos mosqueteros (III)
Los dos mosqueteros (III)NameLos dos mosqueteros (III)
Type (Ingame)Objeto de misión
FamilyBook, Los dos mosqueteros
RarityRaritystrRaritystrRaritystrRaritystr
DescriptionEste popular éxito editorial de Fontaine narra una historia de intriga y venganza en la que el bien y el mal se entrelazan.

Table of Content
Item Story
Obtained From
Gallery

Item Story

En el n.º 65 de la Calle del Lodo, la puerta de una taberna situada en un rincón escondido de la ciudad del crimen se abrió de un portazo.
Toda conversación cesó ante aquel estruendo. La gente dejó sus copas y examinó al cliente inesperado que había emergido de detrás de la tormenta.
Era de complexión robusta y vestía entero de negro: ropa negra, sombrero negro, botas negras... De no ser por la luz de las velas de la taberna, la gente habría pensado que la mismísima oscuridad de la noche había entrado al local dándole una patada a la puerta.
El cliente se giró hacia un lado. Su gorro le tapaba la cara de tal forma que apenas se lograba entrever la punta de su barbilla. Escudriñó la taberna con una mirada confusa, como si ni siquiera él supiera qué hacía ahí. A juzgar por su relajado porte y calmada respiración, cualquiera habría pensado que, o acababa de lograr una gran hazaña, o acababa de vengarse de alguien.
Sin embargo, solo estaba ahí porque quería beber una copa. Se dirigió a la barra con
unos pasos muy pesados, mientras las gotas que le caían de la ropa lo acompañaban como si de un leal fantasma se trataran. Al caminar, sus botas hacían un “toc, toc” tan contundente que resultaba difícil de creer, pero que parecía suficiente como para aplastar cualquier cosa que se interpusiera en su camino.
“Deme una copa de lo más fuerte que tenga”, dijo el cliente inesperado con una voz tan grave que podría haber hecho añicos una botella.
El tabernero le sirvió una copa a regañadientes. No podía evitar mirar con recelo la puerta de su establecimiento y pensar cuánto tiempo tardaría en limpiar la huella que había dejado el cliente al abrir la puerta de una patada.
“Gracias”, dijo el hombre. “Acabo de hacer algo grande junto a mi hermana”.
“¿Y dónde está su hermana?”, preguntó el tabernero para seguir la conversación.
“Se ha ido a plantar flores, como siempre había querido hacer, así que le he dado todo mi dinero”.
“Y entonces, ¿cómo piensa pagar esta copa?”.
El hombre parecía sorprendido, como si nunca se hubiera planteado esa pregunta.
“Con esto”.
“¡Pum!”, se oyó cuando el hombre puso un mosquete de color negro sobre la mesa.
Del susto, los demás clientes de la mesa se mancharon los pantalones con el vino de las copas que sostenían. Todos estaban tan asustados que no se atrevían ni a respirar.
“Lo siento, no aceptamos eso”, dijo el tabernero aparentando calma mientras abría un cajón a escondidas.
Allí tenía guardada una pistola, pero no sabía si le daría tiempo a dispararla antes que el otro hombre.
“Tranquilo, ya he disparado la última bala que quedaba, que además era la más importante, así que nunca más volveré a usarla”, se anticipó, y tomó un sorbo de la copa que le habían servido.
Al alzar la copa, el tabernero logró atisbar su cara. Era un hombre apuesto, con una nariz prominente, varias cicatrices y una mirada melancólica.
Retiró su arma al darse cuenta de que el cliente ya estaba borracho desde antes de entrar a su establecimiento, y de que no iba a montar ningún alboroto.
“¿Podría ponerme otra copa?”, le preguntó.
“Ya ha bebido demasiado”, respondió el tabernero.
“Lo sé, pero hoy es un día especial”, anunció el cliente, que no había entendido el sentido implícito de las palabras del tabernero.
“¿Qué tiene de especial?”.
“Acabo de matar a alguien”.
El tabernero se quedó paralizado por un momento. Sabía que, viniendo de ese hombre, esa afirmación no debía de ser una broma.
“Lo hice por venganza”, agregó. “Ese alguien mató a mi madre”.
“¿A quién has matado?”.
“Al barón”.
“Vaya idiotez”, espetó el tabernero, reafirmándose en que el cliente debía de estar borracho como una cuba.
Todo el mundo sabía que el barón no era una buena persona y que mucha gente quería verlo muerto, pero nadie que apreciara su propia vida se atrevía a hacerle nada.
“Sí, supongo que si por aquí gritan muchas idioteces, no habrán llegado a escuchar el disparo que di hace unos minutos”, contestó el hombre con ironía.
El tabernero volvió a examinarlo. Sus grandes manos y su fornido cuerpo delataban que se había peleado en múltiples ocasiones; pero no en peleítas de taberna, sino en auténticos duelos a vida o muerte.
De repente, el dueño de la taberna recordó el caso de un asesinato con mosquete que había leído en el periódico. Según la noticia, el asesino siempre dejaba una rosarcoíris en el lugar del crimen y actuaba en noches de tormenta.
“Un momento, ¿no será usted...?”.
Antes de que el tabernero pudiera terminar la frase, un rayo cayó al lado de la taberna. Del estruendo, la puerta de madera se abrió y dejó paso a una oscuridad que lo inundó todo como si de un tsunami se tratara.
Cuando volvió a prender las velas de la taberna, el hombre ya había desaparecido. El único rastro que quedaba de él era su mosquete de color negro, el cual miraba en silencio a los demás clientes y contemplaba la oscuridad de la noche como si fuera un solemne dios de la muerte.

Fin

Obtained From

Shop

Name
Hubel Shop
items per Page
PrevNext

Leave a Reply

Your email address will not be published. Required fields are marked *

TopButton