Shiruyeh y Shirín (II)

Shiruyeh y Shirín (II)
Shiruyeh y Shirín (II)NameShiruyeh y Shirín (II)
Type (Ingame)Objeto de misión
FamilyBook, Shiruyeh y Shirín
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DescriptionEl cuento sobre un genio que le cuenta una historia a un pastor bajo la brisa de la noche. No se sabe cuál es su origen, pero rebosa una gran imaginación.

Item Story

En aquel momento, la tierra prometida de Valivija fue engullida por las furiosas arenas doradas, y uno de los tres dioses que aún vivían pereció. Durante más de un siglo de caos y confusión, los desperdigados pueblos mortales resistieron en las antiguas tierras vasallas hasta que nuestro señor al-Ahmar y el sabio Rey Viridiano reunieron a sus súbditos y reconstruyeron el oasis paradisíaco, con lo que la era dorada de los reyes vasallos llegó a su fin.

“Sí, esta parte de la historia ya me la contaste”.
El tono del joven se torna impaciente mientras mira la luna llena en el cielo estrellado, observando la posición de los astros para determinar la ruta del día siguiente.
Pero la genio sabe que escucha su historia con interés y, aunque deja escapar un resoplido de orgullo, se siente enojada por la impertinencia del joven.
“¿Y cómo voy a saber si me estás escuchando, si los mortales son tan volubles y olvidadizos?”.

“Pero volvamos al tema. Según dicen las elegías, Shirín era la hija del héroe mortal Ormazd y de la ‘hija del nenúfar’, la genio Lilúfar. Shirín nació entre hojas de loto, rodeada por fragante rocío. Los ibis blancos la bendijeron, las cobras le ofrecieron pálidas perlas y los grandes y majestuosos cocodrilos se postraron ante ella.
Como genio venerable que era, Lilúfar realizó tres profecías antes de entregar a su hija al mortal rey vasallo: primero, que Shirín se enamoraría de un gran héroe y que el hijo nacido de su unión superaría a su padre; segundo, que muchos de los parientes de Shirín tendrían una muerte dulce y tranquila; y tercero, que Shirín tendría el reino de su padre para ella sola.
Después, Lilúfar le hizo tres advertencias a su compañero mortal: primero, que la alegría de la hija causaría las lágrimas del padre; segundo, que no compartiría mesa con su hija después de desposada; y tercero, que el descendiente de la hija sería un presagio funesto para el reino.

Sin embargo, el rey no hizo más que sonreír ante tales profecías y advertencias”.

“Y luego, el padre de Shirín ofreció su mano en matrimonio al gran héroe Parvezravan, con lo que se cumplió la primera profecía, ¿cierto?”.
Dice el joven, interrumpiendo la historia de la genio.

“Así es, aunque no es del todo correcto...”.
La genio toca la nariz del joven con la punta del dedo. Él se aparta, ruborizado, como si tuviese miedo de alguna maldición mortal que pudiese echarle. Este gesto inocente volvió a divertir a la genio.

“Cuando Shirín creció hasta tener uso de razón, la visión que había vaticinado su madre se convirtió en una especie de maldición constante. Dedicaba los días a esperar la ocasión de enamorarse de un héroe, de heredar el reino de su padre y de disfrutar de un futuro dulce y perfecto... que nunca llegaría.

A decir verdad, el matrimonio de Shirín con el héroe Kisra no fue feliz en absoluto... Al fin y al cabo, los héroes mortales son perversos y ambiciosos, y solo anhelan gobernar. Y la heredera de Lilúfar llevaba en la sangre el orgullo de las genios, por lo que no le resultaba sencillo soportar la jaula dorada del supuesto amor de un héroe mortal, así que no encontraba contento ni en el lecho ni en el hogar. Así que finalmente, de su vida desapasionada, aburrida y pútrida surgió un odio vívido, el mismo que sienten aquellos de su especie atrapados en un frasco de plata.

Después, en la noche del infame banquete, algunos viles sirvientes (magos del oasis de Mazandarán o los analfabetos felah) vertieron veneno de escorpión en miel almizclada y se la ofrecieron al rey vasallo Ormazd y a sus trescientos herederos. Luego vieron cómo se adentraban dulcemente en el reino de la muerte sin sueños, y se deleitaron con la sanguinolencia de la gente vil, dejando todo manchado de lágrimas de sangre...
Y aquella noche, la única que pudo disfrutar de sus sueños fue Shirín, a la que su padre había prohibido acudir al banquete, además de su reacio conspirador y esposo Kisra.
El nuevo rey ajustició a los viles regicidas ahogándolos en tinajas de miel, que fue llenando sus bocas maldicientes hasta callarlos para siempre.
Y de la boca del nuevo monarca no dejaban de brotar mentiras negras como sangre sucia, que acabaron mancillando el buen nombre de aquel héroe...
Con esto, se cumplió la segunda profecía.

Años después, Shiruyeh, el hijo de Kisra Parvezravan, creció adorado por su madre, que albergaba sueños de grandeza para él, pero su padre acabó desterrándolo de la orgullosa ciudad de Gurabad. Le obligó a cubrir su rostro y huir apresuradamente a caballo, y le prohibió volver a pisar la ciudad real. No hay duda de que a Parvezravan le aterrorizaba la advertencia de su suegra genio, Lilúfar. Y fue la cobardía nacida de la nostalgia lo que lo llevó a tomar esta decisión.
Es así que Shirín volvió a encontrar una oportunidad para su venganza en el miedo infundado del rey vasallo.

Una noche se disfrazó como una sacerdotisa del templo de la diosa de la luna y fue al encuentro de su hijo exiliado. Bajo la tenue luz de la luna, entre los lirios bañados por el rocío, le dijo al vagabundo enmascarado esta falsa e ilusoria profecía:
‘¿No es la tiranía del padre el mayor infortunio para el hijo pródigo? Reinarás allá donde brille la luna, tú, que eres su favorito, y cualquier semilla que plantes florecerá. Si la luna te otorgó buen arco y afilada espada, ¿por qué temes a ese cobarde que ocupa el trono? ¿Por qué no reúnes coraje para enfrentarte al odio y a tu propio semblante?’.
La leyenda cuenta que Shiruyeh vacilaba, indeciso, cuando una racha de viento nocturno le arrebató a Shirín el velo con el que ocultaba su cara.
Al ver aquel rostro familiar, al joven, obligado a cubrir su cara, se le partió el corazón de miedo y de vergüenza, y huyó confundido y aterrorizado del templo mancillado, dejando como testigos horripilantes una risa suave y cristalina y la lóbrega luz de la luna”.

“A partir de aquí, la historia continúa sin demasiado lustre: el rey vasallo Parvezravan murió apuñalado en su propio lecho por su hijo enmascarado, tras lo que quedó una mancha de sangre indeleble en su cama adornada con zafiros y cuernos dorados.
La elegía de las genios dice que tras cometer este traicionero crimen, Shiruyeh se confesó ante su madre Shirín llorando amargamente. Pero ella no lo regañó, sino que lo recibió con un abrazo, le retiró la máscara de latón que simbolizaba su exilio y selló su bendición con un beso.

Durante su reinado, Shiruyeh se vio continuamente atormentado por unas pesadillas inextricables y al final, en una noche de deambular frenético, cayó en un profunda y oscura grieta que se abrió en la tierra y desapareció sin dejar rastro. Después, una gran plaga surgió de la grieta y devoró a la mitad de las almas de Gurabad, dejando el reino devastado, sin gobernante ni sirvientes, enterrado gradualmente bajo las insaciables arenas.
Los supervivientes que se desperdigaron por el mundo bautizaron a esta calamidad como la “Plaga de Shiruyeh”, que fue la recompensa que se ganó este déspota durante su breve y ridículo reinado.

En cuanto a la madre, Shirín, acabó cumpliendo la tercera profecía de Lilúfar: ella y su descendiente lograron la libertad verdadera en un reino asolado por la venganza, y se convirtió en un espíritu malvado que anuncia la muerte a los engreídos y vanidosos.

Hay quien dice que Shirín acabó sometida por nuestro señor al-Ahmar, que la aprisionó en una exquisita botella encantada de plata. Otros afirman que sigue vagando por el desierto, atormentando a los aventureros con exceso de confianza y buscando sin descanso al hijo amado que perdió en la oscuridad del mundo...”.
La genio sonríe orgullosa tras terminar la historia de forma tan dramática.
Y ahora, con la luna ya alta en el cielo al igual que en los tiempos pretéritos en que el desierto no era desierto, es el momento perfecto para que la sacerdotisa ofrezca un sacrificio viviente.

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