Las mil noches (II)

Las mil noches (II)
Las mil noches (II)NameLas mil noches (II)
Type (Ingame)Objeto de misión
FamilyBook, Las mil noches
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DescriptionUna antología de relatos compilada por un erudito itinerante que viajó por la selva, el desierto y la ciudad en la época de la gran catástrofe. Dicen que la obra original contenía una infinidad de cuentos, pero lo que nos ha llegado hasta hoy no es más que una pequeñísima parte.

Item Story

El cuento del dastur

Había una vez un dastur de la Facultad Vahumana que emprendió un viaje en solitario hacia las profundidades del desierto para investigar las ruinas de unos antiguos reinos. Para su desgracia, en medio del camino le sorprendió una tormenta de arena que le desorientó y se perdió. Justo cuando estaba a punto de exhalar su último suspiro, una joven de ojos de color ámbar apareció frente a él. Con un bastón apartó las arenas aullantes y lo tomó de la mano para guiarle hacia el desierto.

Cuando llegaron al desierto ya era mediodía. La joven invitó al dastur a comer en su casa y lo acompañó de regreso al Caravasar Ribat. Sin embargo, cuando vio cómo ella dispersó la tormenta con su magia y cómo despejó el camino de las bestias oscuras, de repente no quiso marcharse. En su lugar, quiso convertirse en el discípulo de esa joven para que ella le enseñase las técnicas secretas de los reinos antiguos.

La maga le respondió que sus pupilas de color ámbar eran capaces de ver todo lo que los muertos y los vivos habían presenciado. Seres sin sombra, relojes de bronce que funcionaban con la imaginación, ballenas que nunca abandonaron su hogar, ciudades que solo existían cuando la luz de la luna se refleja sobre espejos de plata, eruditos atrapados en la eternidad, una alta torre que pendía de siete cuerdas... Ella podía ver que tenía ante sus ojos a un hombre de talentos insuperables a quien le aguardaba un futuro extraordinario. Estaba más que dispuesta a enseñarle todo cuanto sabía. No obstante, había algo que la consternaba. Temía que, después de habérselo enseñado todo, él se centrara solamente en su propio beneficio y negara la ayuda que recibió de ella.

El dastur se arrodilló para besarle la punta de los zapatos. Con este gesto le prometió que, pasase lo que pasase, nunca olvidaría su bondad; ni siquiera aunque tuviera que morir con ella. Aquella muestra de sinceridad derritió el corazón de la maga, quien esbozó una ligera sonrisa antes de ayudarlo a ponerse en pie. Entonces le tomó de las manos y lo guio hasta la puerta de su sótano, donde lo aceptó como discípulo y prometió que compartiría con él todos los secretos que guardaba en su biblioteca.

Bajaron juntos piso tras piso a través de unas escaleras en espiral. En cada piso que bajaban había un espejo colgado de la pared que reflejaba la luz de las antorchas que llevaban y las sonrisas de sus rostros. No sabía si habían caminado durante horas o minutos, pues su noción del tiempo se desvaneció con la oscuridad. Al final de las escaleras les esperaba una puerta estrecha, y tras ella había un estudio de forma hexagonal. Era imposible ver el techo, y tampoco lograba calcular la altura aproximada de la habitación, pero lo que sí sabía con certeza era que todos los libros que allí había superaban con creces la totalidad de los conocimientos que él era capaz de imaginar.

Guiado por la maga, el dastur aprendió una gran variedad de conocimientos. Sin embargo, unas semanas más tarde, un enviado del Templo del Silencio acudió a la aldea para informarle de que su tutor había fallecido a causa de una enfermedad, pero que antes de ello había aprobado su tesis, por lo que la Academia decidió hacer una excepción con él y ascenderle a herbad para que ocupara el puesto de su tutor y continuara educando a los estudiantes. El recién nombrado herbad acogió la noticia con regocijo, pero se negaba a marcharse. Con cautela, consultó con la maga si podría llevarse algunos libros a la Academia, donde ella podría seguir formándole. La joven maga accedió gustosa, y además le explicó que tenía una hermana pequeña que siempre había anhelado estudiar en la Academia, pero ya que nació en el desierto, nunca logró que la aceptaran. Es por eso que le pidió al nuevo herbad si podría admitirla en las clases como oyente. Ante su petición, el herbad contestó que el proceso de admisión en la Academia era sumamente estricto y que no podría hacer ninguna excepción con su hermana, así que ni tan siquiera podría aceptarla como alumna oyente. La maga no comentó nada más. Preparó su maleta y acompañó al herbad en su viaje de regreso a Sumeru.

Años después, el sabio de la Facultad Vahumana murió. Como era de esperar, gracias a las tesis trascendentales que escribió con ayuda de la maga, acabaron concediéndole el puesto de sabio. La maga enseguida acudió a felicitarle y, aprovechando su nuevo puesto, volvió a pedirle que admitiese a su hermana pequeña como alumna oyente en la Academia. Una vez más, volvió a rechazar su petición, alegando que él no tenía obligación de hacerlo, pues ya había terminado de escribir su tesis y no necesitaba más la orientación de la maga. Además, le recomendó que regresara a su aldea y que se retirase debido a su avanzada edad. La maga no pudo hacer más que recoger sus cosas y marchar de regreso al desierto.

Unos años más tarde, el Gran Sabio también falleció, y el sabio de la Facultad Vahumana fue elegido para ocupar su lugar. Al escuchar la noticia, la maga viajó inmediatamente desde el desierto para buscarlo. Cuando llegó, se postró ante sus pies, le besó la punta de los zapatos y le recordó la promesa que le hizo años atrás. Le suplicó que concediera cobijo en el bosque a los miembros de su tribu, quienes habían perdido sus hogares a causa de las tormentas de arena. El Gran Sabio enfureció en cuestión de segundos y la amenazó con meterla prisionera en una celda de bronce hasta que se muriera de hambre, pues afirmaba no conocer a esa timadora del desierto que, pese a todo, se atrevía a presentarse allí para vociferar sinsentidos y ofender a la Academia. La maga, que ya no gozaba de la juventud de antes, alzó la cabeza para secarse las lágrimas que le caían por las mejillas y clavó sus ojos, que brillaban como dos cristales de ámbar turbios, en el rostro del Gran Sabio con la última esperanza de que tuviera un poco de compasión para ayudar a los suyos. Sin embargo, él volvió a rechazarla y llamó a los guardias para que se la llevaran. Entonces, la maga no insistió más y se limitó a responderle:

“En ese caso, yo también le pido a usted, señor, que regrese a su aldea”.

El Gran Sabio se sobresaltó y, cuando alzó la mirada, se encontró a sí mismo parado frente al Caravasar Ribat. Ya bien entrada la noche, la aldea apenas podía distinguirse a lo lejos debido a la arena arrastrada por el viento que, sumada a la oscuridad de la noche, la envolvían por completo. La joven estaba sonriendo frente a él. En sus ojos de color ámbar se reflejaba el aspecto del hombre en aquel preciso instante: el de un dastur de la Facultad Vahumana con una tesis pendiente de aprobación.

“Bueno, ya se hizo tarde. Es hora de que vayas volviendo a la Academia. Al fin y al cabo, eso es lo que cuentan las historias...”.

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