La novela de la Calle del Ibis (I)

La novela de la Calle del Ibis (I)
La novela de la Calle del Ibis (I)NameLa novela de la Calle del Ibis (I)
Type (Ingame)Objeto de misión
FamilyBook, La novela de la Calle del Ibis
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DescriptionLos grandes tengu son unos crueles y despiadados megalómanos, y más aún cuando están borrachos —comentario histórico de un tanuki.

Item Story

El cuento de Yoichi

Una tengu de nombre Yoichi vive en la Calle Ibis, un pequeño callejón en Hanamizaka. Ella renta una tienda en la que vende alcohol, pasando los días con sosiego.

Aunque decir “sosiego” quizás sea una exageración. “En caos” sería una expresión más precisa.

Desde un punto de vista teórico, es de esperar que una persona que vende alcohol sepa una o dos cosas acerca de la industria. Y los monstruos no son la excepción.
Para hablar sin rodeos, Yoichi tiene un gusto terrible para el alcohol, tan malo como su habilidad para los negocios. Lo peor es que, durante sus días de ermitaña, nunca pudo deshacerse de sus malos hábitos como tengu, provocando problemas entre los monstruos, secuestrando niños humanos, y armando un escándalo en medio de la noche. Eso, o irrumpe en un teatro, ignorando la atmósfera, y sube al escenario para darle una tunda al protagonista.
Yoichi ya habría sido obligada a renunciar y pasar el resto de sus días en un retiro en las montañas, de no ser por su estatus privilegiado entre los monstruos y su extensa red de contactos.
Sin embargo, los monstruos de la Calle Ibis tienen una opinión distinta de ella. Incluso aquellos de mayor autoridad ignoran sus travesuras, pues nunca ha pasado a mayores.

Aunque es arrogante y descuidada por naturaleza, como uno de los monstruos más grandes (según sus palabras), Yoichi no escatima cuando se trata de bienes materiales. Cada moneda que consigue, la gasta en alcohol o novelas de la Editorial Yae. Aun así, las novelas que compra rápidamente salen volando por la ventana tras apenas llegar a la mitad del libro. Como resultado, su hogar suele estar en un estado lamentable.

En pocas palabras, no tiene posesiones materiales a las cuales asirse, a excepción del abanico de lámina de oro que siempre cuelga de su cintura.

Los tengu son monstruos que recorren distintos mundos, así que no es de extrañar que decoren sus cuerpos con trofeos con historias detrás. Tal es el caso de este abanico.
En una noche de luna, Yoichi, ebria y con la ropa desaliñada, me contó orgullosa de su historia...

Contaba que en uno de los tantos mundos que recorrió, asumió la forma de un arquero arrogante, que era el sirviente leal de un shogun igual de orgulloso. Ella —o mejor dicho, “él”— derribó a muchos oponentes siguiendo las órdenes del shogun, incluyendo samuráis robustos y tanuki disfrazados de ninjas astutos. Incluso fornidos demonios devorahombres cayeron de una flecha del arco de Yoichi.

“¡Jajaja! Eres un soldado formidable. ¡Tienes la vista tan aguda como la de un tengu!”.
A esa edad, el altanero shogun era desmesurado, y reía tan fuerte como quería. Era una escena vergonzosa de ver.
Con el paso del tiempo, Yoichi hizo grandes aportaciones para el shogun, ejecutando incontables monstruos y mortales desafortunados. Sobra decir que algunos de sus logros fueron exagerados por ella. Sin embargo, lo que le granjeó la fama fue la última batalla en aquel mundo en el que pasó algunos siglos.

En aquella batalla marítima, el shogun y los rebeldes se enfrentaron en un estrecho en medio de una tormenta feroz. Los monstruos se contaban por millones, mientras que los samuráis humanos eran decenas de millones. Además de las innumerables muertes, cientos de miles de navíos se perdieron en las profundidades del mar. Yoichi hizo estas cuentas con las manos —y con mi ayuda, por supuesto.

Como muchas historias de enfrentamientos que llegan a un punto muerto, los héroes de ambos lados partían a sus enemigos a la mitad como si fueran hojas de hierba, tiñendo el mar de rojo. Los shoguns malhumorados reían sin tapujos, negándose a retroceder sobre sus pasos y descansar.

Finalmente, en una noche iluminada por una fría luna, un pequeño bote llegó flotando desde las filas enemigas. Una figura solitaria se irguió en el bote flotante, como un espejo en el agua. Al lado de aquella silueta había un estandarte reluciente con un abanico de papel en la punta, que emitía un resplandor dorado bajo la luz de la luna.

El shogun entrecerró los ojos mientras veía el abanico dorado a lo lejos, y estalló en un arrebato de ira:
“¡Ah, qué osadía! ¡No toleraré una provocación tan descarada!”.

Yoichi no podía entender cómo podía el shogun ser tan susceptible, pero no tenía la voluntad para tratar de comprender la dignidad tan frágil de los mortales. En ese momento, ella —o más bien, él— utilizó su aguda visión de tengu para observar con detalle aquella silueta en el bote.

Fue entonces que la vio, una mujer diferente de todas las demás.

Momentos después, una flecha solitaria voló por encima de la luna, rasgando el cielo nocturno.

“¡Jaja, excelente!”.
Las risotadas del shogun pronto se hundieron entre los vítores de su ejército.

“Si esos viejos cretinos se dieran cuenta de lo que han perdido, ¡estallarían de ira!”.
Yoichi esbozó una sonrisa ebria. La expresión lasciva e indisimulada de la tengu era preocupante.

Resulta que, al momento de disparar la flecha en el aire, Yoichi abrió sus alas y atravesó el estrecho. Al pasar por aquel bote pequeño, tomó el abanico dorado y aquella hermosa mujer, y mientras el shogun maldecía allí abajo, se alejó del campo de batalla.
Un botín perfecto para una tengu.
Es una pena...
“Al final, como sabrás, era esa gata anciana, quien no dejó de arañarme en todo el camino...”.
Yoichi saca la lengua y, desanimada, da un suspiro profundo.

“Por cierto, ¡es temporada de tilapias! Debería llevarse unas cuantas”.
“¿Eh? Incluso una tengu tacaña como tú tiene corazón?”.
“¡Me refiero a esa anciana!”.
Al ver la mirada amenazante de la tengu, me apresuro a tomar las tilapias que quedan y me voy.

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